Archivo mensual: febrero 2019

Los tiempos están cambiando pero no puedo rastrear al tiempo

Una reseña del cortometraje Los tiempos están cambiando de Augusto González Polo.

 

Es iluminador lo que Christopher Ricks apunta sobre The times they are a-changin’ en su libro Dylan poeta. Visiones del pecado (Los Libros de la Catarata, 2016). Una canción “exitosa” repetida una y otra vez en versiones a cual más disímiles y novedosas. De tanto escucharla, observa, dejamos de hacerlo. Lo que propone Ricks es observar el uso de un tiempo verbal (presente progresivo) en donde anida el espíritu de la canción de Bob Dylan. Los tiempos “están cambiando”. No cambiaron, no cambian (en una forma de presente simple) sino que “…la canción insinúa de forma bastante poderosa que todos los momentos, todos los tiempos están cambiando.”[Itálicas en el original} (Ricks, Christopher; 2016:277). La canción que fue referencia de los grandes movimientos sociales en los sesenta anunciando una alborada de hombres nuevos en realidad está anunciando el carácter de permanente cambio de los tiempos.

 

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En ese espíritu, en esa poética, se inscribe – valga la redundancia – Los tiempos están cambiando, el cortometraje de Augusto González Polo (2018). Después de una brevísima introducción a lo Kubrick: un lector de Boris Vian y un niño de auriculares y tablet, atravesamos un puente (estoy escribiendo sobre canciones) de etéreas sonoridades digitales para ser arrojados a un inmenso paisaje analógico de provincia. Y ahí, con los títulos, vemos las siluetas de Melitón (Márcos “Chavo” Nuñez) y Telésforo (Juan “Pico” Nuñez). Músicos populares que recorren paisajes y llevan su música de tempos locales en escenarios de sospechosa exposición. Para no ahogarse, para no quedar como piedras en el fondo de las aguas los músicos (los artistas) van negociando su visión a veces con resignación y otras con rebeldía. La política – entendida como mecanismo por el cual el oportunismo de la mezquindad individual  se impone a la oportunidad de transformación social – marca un escenario de uso en el cual no hay lugar el artista. La descripción de cada situación es retratada en temporalidades disímiles según provengan de pantallas digitales o de miradas y contactos físicos orgánicos, de aquellos en donde sólo los cuerpos se encuentran (incluso para enfrentarse). Un plano secuencia circular da cuenta de ese tiempo, de las historias que se sugieren en cada uno de los integrantes que aparecen en la reunión. Diría, haciéndome cargo de lo que afirmo, que ese plano secuencia es un manifiesto, una declaración de principios sobre el arte (cinematográfico, en este caso) y los tempos en que se expresa. Los tiempos están cambiando es una comedia que se encuentra más cerca del primer Jim Jarmusch y muy lejos de Adrian Suar. Y no me refiero a las distancias en relación a los mercados del arte audiovisual, sino que a las formas de contar una historia, a los mecanismos del humor y – nuevamente  – a los tempos internos de las narraciones.

 

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Augusto González Polo hace rato viene desarrollando una poética y una estética audiovisual muy personal. Desde aquellas primeras capturas de los pibes en la plaza de Aristóbulo del Valle hasta su primer largometraje CapitAL (todo el mundo va a Buenos Aires), sus vídeo clips iluminando las nuevas estéticas y escenas de la música de rock porteña forman parte de un corpus audiovisual marcado por claras elecciones personales, sonoridades específicas, paletas de colores particulares y efectos cromáticos claramente reconocibles. Lo mismo uno lo puede encontrar en las historias que narra en su filmografía. Creo que se trata de una autoría en constante recreación, donde la mirada va sumando elementos que impiden su estancamiento en el uso de recursos que podrían ser tentadores estableciendo una zona de confort.

 

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Una nota sobre el elenco. Uno podría ver el corto sin conocer a quienes encarnan los personajes de Los tiempos están cambiando. Y sin ese dato vería una historia en donde los personajes atraviesan la pantalla para quedarse en la memoria del espectador. Sin embargo, como una capa más de significación, los nombres que asumen los papeles protagónicos son los de reconocidos músicos populares de la provincia. Suerte de doble espejo donde quienes conocen las peripecias de ser músico se encuentran representando (reflejando, reflejándose, reflejándonos) esa relación entre política y arte, entre lo virtual y lo terrenal.

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Los tiempos están cambiando y – ya lo afirmé – no dejan de cambiar. Los cambios no se pueden detener, enfrenta esa presión (“Changes (Turn and face the strain”) escribió David Bowie unos años después. No puedo rastrear al tiempo (“But I can’t trace time”)  aunque el tiempo puede cambiarme. En esa lucha se encuentran Melitón y Telésforo en los veintipico de minutos que dura el cortometraje. Tecnología y política en red, en trampa, a la pesca, a la caza. El arte tratando de no ahogarse y quedar como una piedra en el fondo de las aguas (“Then you better start swimmin’ / Or you’ll sink like a Stone / For the times they are a-changin’.). Ese es el tránsito en los tiempos que no paran de cambiar.

 

Café Azar,

(procrastinando) un 28 de febrero,

en Posadas, Misiones, RA. –